Lo que un ciberataque me enseñó y no percibo en la gestión de la DANA
No soy parcial. Debe saber el lector de estas líneas que más de la mitad de mi corazón y mi vida no está en Valencia, pero es simplemente valenciano. Quizá la objetividad con la que deseo expresarme hoy no sea tal y debe el lector ser consciente de ello.
Ese corazón se rompe al ver desde la distancia de más de 300km las imágenes de zonas por la que he pasado con frecuencia. Al escuchar con incredulidad a amigos y familiares describir lo que ven y, sobre todo, lo que sienten. La cabeza entra en espirales infinitas cuando compruebas que un familiar cercano ha salvado la vida solo porque el destino quiso que su turno de trabajo ese día finalizase apenas una hora antes de que todo ocurriera. O cuando te das cuenta de que, si esa maldita gota fría, que ahora hemos de llamar DANA, hubiera descargado 48 horas después, me habría encontrado con toda la familia en el coche, encerrado e impotente a su merced en la autovía A3, de la que conocemos cada curva.
Trato de detener esa espiral que no lleva a mi cabeza a ningún sitio positivo, de ser objetivo y de aplicar el mismo carácter analítico con el que me formaron en la Escuela de Ingeniería. El mismo carácter que intento impulsar ahora en mis compañeros de la dirección de los servicios informáticos de la universidad pública de Castilla-La Mancha. El mismo que me esfuerzo en despertar en mis alumnos de la Escuela Superior de Informática. Pido disculpas desde este tercer párrafo a todas las valencianas y valencianos por adoptar esta visión lo más alejada de la subjetividad que me es posible hoy.
Espero no tener nunca la responsabilidad de participar en la coordinación de una crisis humanitaria como la acontecida esta semana en Valencia. No tengo los conocimientos adecuados y seguramente tampoco la capacidad para hacerlo. No obstante, no puedo evitar comparar con la crisis más importante que he tenido que enfrentar en mi carrera profesional: la respuesta a un ciberataque.
¿Pudo haberse previsto el ciberataque? “Seguro”, responderían muchos de quienes lo vivieron desde fuera. Es cierto que había alertas de ciberataques a administraciones públicas, donde el sector de educación era y sigue siendo señalado como uno de los objetivos de más ataques de baja y media intensidad. Es cierto, puede que las actividades de prevención fueran mejorables. De hecho, las hemos mejorado. Pero sucedió. Y sucedió con una virulencia que no esperábamos. Nos sorprendió a nosotros y a todo el Sistema Universitario Español. Pero sucedió.
En cualquier caso, siempre traslado que la mayor lección aprendida no fue la prevención, sino la respuesta y la gestión de la crisis.
Sucedió un domingo por la noche. Esa misma madrugada, siendo conscientes de la gravedad del ataque, asumimos claramente que no teníamos recursos suficientes ni conocimiento especializado para hacer frente a la situación. Esa madrugada tomamos las medidas que estaban a nuestro alcance: básicamente contener el ataque y tratar de minimizar el riesgo a corto plazo. Hubo dos llamadas cruciales que realizamos esa noche. La primera de ellas a un equipo de personas especializadas en la situación, para confirmar la gravedad de lo que estábamos viviendo. La segunda a nuestros responsables políticos, para informar de la situación con todo el detalle que teníamos y establecer los pilares de la respuesta a la crisis.
La siguiente mañana fue compleja. Todo el mundo se ofrecía como voluntario para ayudar en la respuesta. Nos dimos cuenta de que era crucial ordenar claramente estos ofrecimientos, estableciendo roles y responsabilidades diferenciadas, incluso declinando algunos de ellos como parte de esa organización. Hubo algunas de esas responsabilidades que no se consideraron negociables. Entre ellas, que la gestión técnica de la crisis la debían liderar los profesionales técnicos, funcionarios especializados de la universidad. Y es que en una crisis de este tipo hay más papeles que desempeñar, siendo esencial el plano político. En nuestro caso, resultó también tan esencial como ejemplar. Lejos de pretender asumir la coordinación técnica de la respuesta, se mostró públicamente una confianza inequívoca, quizá incluso en unos términos inmerecidos, en la gestión de los profesionales de la institución, pero asumiendo la esencial labor de encontrar los recursos necesarios que se demandaron desde el primer análisis de daños y de riesgos inminentes.
En esa crisis otra de las obsesiones fue no olvidarse de los damnificados, de nuestra comunidad universitaria. Los daños sufridos afectaban directamente a su actividad profesional diaria. El respeto a nuestro estudiantado, profesorado y personal de gestión nos llevó a realizar una respuesta a la crisis basada también en la comunicación. No podíamos permitir que las personas que dedican su vida a la Universidad no supieran qué estaba ocurriendo y qué estábamos haciendo las personas y equipos responsables de devolver a la unviersidad a una nueva normalidad. La crisis no duró unos días, sino semanas, pero desde el primer día ya informamos con transparencia sobre lo que estaba ocurriendo. Durante dos semanas recuerdo iniciar cada jornada junto al Gabinete de Comunicación de la unviersidad, para redactar en conjunto una nota de prensa que siempre tenía tres bloques.
Informábamos con brevedad, pero con contundencia, en qué punto de la recuperación nos encontrábamos, que se había resuelto y en qué se estaba trabajando. No nos queríamos olvidar de las personas a quienes servimos. Es la esencia del funcionario público.
Me despertaba esta mañana con dos anécdotas que muestran la solidaridad que sigue existiendo en nuestra sociedad actual. Por un lado, una foto de un sobrino, preuniversitario menor de edad, que como tantos otros de esta vilipendiada por algunos “Generación Z” se había desplazado a ayudar a en las labores que está desempeñando el voluntariado. Por otro lado, esta mañana también comprobaba que en esos equipos de voluntarios hay personas con títulos nobiliarios que, despojados de esos títulos, se habían desplazado en la madrugada de hoy para integrarse en las labores de voluntariado que no entiende de títulos sino de solidaridad humana. No obstante, todo voluntariado necesita recursos y coordinación. El brillo de su ausencia es tan atroz como la opacidad del color marrón que tiñe esas comarcas valencianas.
No tengo información suficiente para calificar con contundencia la situación. Sin embargo, aquella que es pública y la que recabo de las personas de mi entorno no invita a calificativos positivos sino todo lo contrario. Miembros de Cuerpos y Fuerzas de Seguridad me trasladaban hace unos días su impotencia por lo que están viviendo y cómo no son capaces de entender en qué punto de la cadena de mando no se está desencadenando desde el primer día una respuesta con toda la capacidad y recursos de los que se dispone. Yo mismo, como funcionario de una administración regional, no puedo entender el motivo de este bloqueo de capacidades, siendo conocedor de los recursos a los que la admisnitración pública tiene acceso. Como mínimo, son muy superiores a los que están a disposición del voluntariado.
O quizá sí puedo entender al menos una parte de los motivos últimos que nos llevan a esta situación. Veo con gran alarma en los últimos tiempos cómo en demasiados ámbitos la política (sí, con minúsculas) está impregnado primero y fagocitando después los ámbitos de responsabilidad técnica especializada. Dicho de otro modo, estamos en unas manos que en muchas ocasiones ostentan una responsabilidad que impide una actividad desarrollada en base a la formación, conocimiento y experiencia especializada. Asumimos un riesgo y tiene consecuencias.
Quien ha vivido una crisis desde una parte de responsabilidad sabe que no son unos días fáciles. Me niego a pensar que no se esté haciendo nada desde los diferentes rincones del Estado. Me asombra al mismo tiempo comprobar el desconocimiento público de lo que se está haciendo, de los objetivos y del traslado de confianza de estar en las manos más adecuadas. Me escandaliza pensar siquiera que la ausencia de gestión se debe a la actual refriega política. O no puede ser cierto y me equivoco, o algo debe cambiar después de todo esto.
Reconozco que agradezco desde lo más profundo que la crisis que tuve que afrontar no tuviera impacto en la vida de personas y pongo toda mi esperanza en que la gestión de la crisis actual, con dimensiones incomparables, sea realizada con mayor eficacia que en la que tuve que participar. Porque lo necesita.
Que nostra veu la llum salude d’un sol novell
Andrés Prado
Apenas una semana después del 29 de octubre de 2024